Una noche oscura


Me incorporé de repente, alerta, y con el corazón latiéndome de una forma alocada, como si pretendiera marcar el tiempo de alguna melodía extraña que yo conocía. Lo primero de lo que tomé conciencia fue de que era de noche, una noche oscura, sin luna, que parecía que había engullido mi valentía para arrojarla a un profundo pozo de donde yo no era capaz de rescatarla, puesto que conforme los segundos pasaban mi miedo no disminuía ni un ápice.

Lo único que recordaba vagamente de mi sueño es que había sido agitado, y que había estado a punto de perder algo que me era muy valioso. De ahí venían mi miedo y mi angustia cuando me desperté. Y, si los números rojos de mi despertador no me mentían, eran las dos y media de la mañana. Deseé fervientemente que el resto de la noche fuera más tranquila.

No sabía en ese momento cuánto me equivocaba.

Para intentar relajarme me levanté de la cama y di un pequeño paseo hasta la gigantesca –todo me parecía más lúgubre y vacío en aquel momento, por alguna incomprensible razón- cocina, donde me preparé un buen chocolate caliente, con el fin de animarme un poco. Con la taza en la mano, me encaminé hasta la ventana que tenía más próxima, la que daba a la calle, para poder sentir durante un breve instante la brisa nocturna. Me quedé escuchando, hipnotizada, el lejano sonido del mar, que como siempre, me resultaba maravillosamente tranquilizador.

Quizá por eso, al desconectar con la realidad, sentí una oleada repentina de temor al percibir una lóbrega sombra que, inmóvil, parecía observar la hilera de apartamentos –todos exactamente iguales, cómo no- desde la farola en la que estaba apoyada en actitud despreocupada, a unos cien metros a mi izquierda. Cuando levantó la cabeza un poco pude comprobar que se trataba de un hombre joven, y no una mujer, como yo había supuesto. La coleta medio desecha que llevaba me había confundido.

Creo que sintió mi examen, porque se removió, incómodo, mirando con más detenimiento las casas que tenía enfrente. Al final, cuando sospechaba que ya no me descubriría, su mirada se posó sobre mí. Sentí como un escalofrío que se deslizaba por mi espalda en el mismo momento en que me encontré con sus ojos azules, llenos de preguntas silenciosas.

Me burlé de mí misma cuando, al romper nuestro contacto visual, me di cuenta de que mi miedo había desparecido, pero a cambio se apoderó de mí una nostalgia indescriptible. Consideraba irracional el hecho de que tuviera ese efecto sobre mí una ojeada de un perfecto desconocido, pero al parecer esa noche nada tenía un sentido lógico.

Me senté un momento en el sofá, para recuperarme de la impresión. Volví a mi dormitorio y a mi cama, abandonando al caminante nocturno y a mi taza vacía de chocolate.




Mi móvil estaba en la mesa que tenía delante, y podía verlo a pesar de la oscuridad porque me llegaba la luz tenue de la lámpara del pasillo. No era suficiente para desterrar por completo a las sombras, que se agazapaban en el rincón derecho del salón, esperando que aquel contrincante se retirara para volver a sumir en las tinieblas a la habitación.

Estaba esperando que sucediera algo, pero no tenía muy claro el qué. Sólo tenía esa vaga sensación tan característica de los sueños, en la que intuyes de alguna forma lo que va a pasar, pero no logras descubrir exactamente de qué se trata. Estaba frustrada y expectante, todo a la vez. Y conforme pasaban los minutos estaba cada vez más cansada, por lo que no me extrañé cuando me desperté en el sofá y la luz seguía encendida.

Me dirigí a mi cuarto y me tumbé en la cama. Los párpados se me cerraban de puro agotamiento, pero logré vislumbrar la hora que marcaba el reloj: las tres menos cuarto de la madrugada. Medio adormilada, creí oír una voz en la penumbra de mi dormitorio.

-Vaya, siempre me sorprendes. No pensaba que serías incapaz de reconocerme, a pesar de todo el tiempo que ha pasado. ¿Sabes? Una vez creí que me querías...

-Humm…

Era curioso, pero no lograba identificar la voz. Sabía que me sonaba, que debería de saber, sin ninguna duda, quién estaba hablándome, si era cierto aquello y no me lo estaba imaginando. Me agité, intentando despejarme del todo, pero yo me encontraba en ese estado entre los sueños y la realidad en la que es difícil encontrarle sentido a las cosas, porque aunque escuchas y sientes todo lo que sucede a tu alrededor, una parte de ti todavía está aletargada, y no consigues encontrarle sentido a las cosas.

Sin que se me hubiera revelado la identidad de esa persona que estaba hablándome me dejé llevar por mi cansancio, y entonces ya si que no fui capaz de abrir los ojos. A pesar de eso, escuché la última parte que me dedicó mi visitante anónimo:

-Duérmete, entonces, y sueña conmigo, aunque no me reconozcas cuando estés despierta. Yo sí te recordaré… todavía lo hago.

Sentí el roce de unos dedos sobre mi mejilla, acariciándola suavemente, con lentitud. Creo que sonreí, pero no sabría decirlo con certeza. 



A la mañana siguiente, tenía serias dudas de si todo había sucedido en realidad. Recordaba que me había despertado agitada y me había tomada un chocolate para despejarme, al igual que recordaba haber visto a alguien en la calle. Esa parte sí era real, porque la taza estaba en el fregadero, como pude comprobar. Y por lo visto sí me había despertado en el sofá y había visto la luz del pasillo encendida, ya que todavía estaba así esa cuando fui a comprobarlo.

Me quedé pensando. Ahora que reflexionaba, no estaba segura de que cuando me había quitado de la ventana hubiera ido a mi habitación. La cocina estaba justo al lado del salón, pero para ir a mi cuarto tendría que haber cruzado todo el salón y después el pasillo. Además, la luz la había encendido la primera vez que me levanté, a las dos y media de la mañana.

Estaba segura de que no la había apagado luego, cuando había creído que me había acostado, así que en realidad debería de haberme confundido, y lo que pasó es que me dormí en el sofá cuando me senté después de mirar por la ventana, y no en mi cama.

Suspiré. Menuda nochecita. Había llegado agotada del trabajo, y se veía que mi agotamiento había sido mayor de lo que yo creía. Decidí que ese día me tomaría las cosas con más calma.

Y entonces, cuando estaba en la entrada de la casa y eché un vistazo rápido al mueble de cristal para buscar las llaves, me quedé de plástico. Recordé la voz que creía haber oído cuando ya estaba casi dormida, y de pronto supe de quién era.

No he podido evitar dejarte esto, incluso cuando estoy convencido de que no va a servir de nada. Llevamos vidas distintas ahora, y sé que era lo que tú querías, lo que decidiste cuando te marchaste. No debería de haber entrado sin avisarte en tu casa, pero te vi hace una semana, cuando regresaste para ver a tu madre, y no he podido sacarte de mis pensamientos desde entonces. Bueno, mejor dicho, nunca he podido olvidarte, pero se convirtió en una tortura más difícil de soportar cuando te vi ese día, después de tanto tiempo. Sé que no debería tener esperanzas a estas alturas de recuperarte, pero concédeme esto, al menos: no tires esta tarjeta. Guárdala, y así sabré que aún te queda algo que te recuerde a mí. Y si te he hecho daño alguna vez, si de verdad te fuiste porque yo también te hice daño de algún modo, perdóname, por favor.

No te pido nada más. No quiero volver a formar parte de tu vida si eso es una carga para ti. Y sí, todavía sigo esperándote. No puedo dejar de amarte, a pesar de que pensé que me moría cuando anoche no me reconociste, allí, apoyado en aquella farola.

Estuve a punto de desmayarme. Sabía que, si había escrito aquello, es porque realmente lo creía. Él nunca diría nada que no sintiera de verdad, por muy inconveniente o no que fuera. No era su forma de ser.

Y si decía que me quería, o que le había sido insoportable el hecho de perderme, era porque era cierto. Me sentí alguien miserablemente cobarde, por no utilizar otro adjetivo más fuerte aún. Yo era la que había hecho daño a la gente que me importaba, a la que quería, yo. Y era él el que pedía disculpas. Era…

No tenía palabras suficientes para insultarme a mí misma. O para calificar lo que había hecho. Porque… estaba segura de que parecía estúpido por mi parte, pero lo cierto es que me había alejado deliberadamente de él aunque eso también me había dolido a mí. Yo también le amaba. Pero no soporté la idea de quedarme en la ciudad en la que había vivido durante la mayor parte de mi vida. Habría sido demasiado doloroso, por muchas razones.

Y mi solución… bueno, fue precipitada. Lo preparé todo, y en menos de un mes me había mudado a la ciudad en la que vivo ahora. Lo consulté con algunos amigos y familiares, pero ya lo había decidido. Nadie me impidió que me fuera. En el fondo, aunque no todos lo aprobaban, me comprendían. Y Chris, mi novio, lo había aceptado, aunque no por eso había sido menos doloroso. Pero no había podido evitar volverme a ver, después de tanto tiempo.

Agarré el móvil, y marqué un número que tenía grabado en la memoria. Al primer toque, lo cogió.

-¿Chris…?

Comentarios

  1. Woaaaaalaaa *-* Me ha encantado!! Pero.. no hay más?? Yo quiero más :(

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